Con el cabello largo y brilloso, subía de a dos las escaleras de la catedral.
El olor a mandarina de sus muñecas le recordaba el frasco de perfume obsequiado para una fecha no del todo importante.
Que situación insoportable. Tenía que decir las palabras que la estaban ahogando;aunque parecieran afiladas a los destinatarios, no eran más que la pura verdad.
Imprevisto, imprevisto.
Que situación insoportable. Tenía que decir las palabras que la estaban ahogando;aunque parecieran afiladas a los destinatarios, no eran más que la pura verdad.
Imprevisto, imprevisto.
Las manecillas del enorme reloj de la catedral marcaban las nueve, lo que le recordó que no hace mucho un día como ese, el destino la encontraría mientras el ritual de los lunes de póquer se llevaba a cabo.
Piel de anfibio, frío como el cemento y de alma gris. Así era él, incluso antes de consumirse. Y ella, la encargada de develar el motivo de dicho consumo.
-Por qué me delegaron esta tarea- pensaba
Faltaban quince minutos para el sepelio. Se lo indicaba el maldito olor de los narcisos.
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